Francisco Sandoval/ Arquitecto En estos días del denominado “puente de diciembre”, fecha en la que se publica la edición impresa de estas líneas, se celebra en Caravaca de...
La noticia del asesinato de dos policías franceses supuso un duro mazazo en la División de Cooperación Internacional de la Policía Nacional. Desde hacía cinco años, cuatro policías nacionales españoles y otros cuatro policías galos cooperaban con Níger en la lucha contra la migración irregular; ocho expertos que habían logrado encarcelar a más de ochocientos criminales de la región de Sahel. Por sus conocimientos de criminología y su experiencia en la Unidad Central de Delincuencia Especializada y Violenta, Francisco Hidalgo, el comisario al mando del equipo español en Niamey, recibió la orden de investigar aquel asesinato, una ardua tarea que debería llevarse a cabo sin el conocimiento de los franceses.
Reunido con su equipo, expuso las pautas a seguir para esclarecer lo sucedido. Tras un lustro de convivencia, ya formaban una pequeña familia junto a sus colegas franceses, conociendo la trayectoria profesional y hasta la vida privada de cada uno de ellos. Y, aunque los sospechosos del crimen pudieran estar vinculados, con casi plena certeza, con las organizaciones criminales que perseguían, el comisario, al que todos conocían como el Reño, decidió iniciar la investigación por el círculo más próximo a los fallecidos, es decir, por los dos gendarmes de la DCIS, la Dirección de Cooperación Internacional de Seguridad francesa, por una razón que consideraba obvia: en las últimas semanas, la relación entre ellos había sido tensa.
El posible motivo lo sugirió Domingo, un veterano policía de Moratalla que dominaba varios idiomas, como el francés, el ruso y algunas variedades del árabe, que había escuchado a los gendarmes discutir acaloradamente por un asunto personal relacionado con el último viaje a París de uno de ellos. Al parecer, el adjudant-chef Antoine reprochaba a Michel, uno de los fallecidos, haber mantenido, durante su estancia en Francia, una relación sexual con su mujer.
Todo parecía evidente: en una misión que Antoine, Michel y Gérard, el otro fallecido, realizaron el día de los hechos a Agadez, al suroeste de las montañas de Aïr, en el desierto del Sahara, el adjudant-chef, supuestamente, mantuvo una discusión con Michel, su compañero Gérard se interpuso entre ellos y Antoine acabó con la vida de ambos. Demasiado sencillo para el Reño, que, lleno de dudas, solicitó a Madrid informes de los cuatro gendarmes.
Esperando la documentación solicitada, el comisario ordenó a Domingo entrevistarse con Antoine para intentar sonsacarle algún dato que pudiera ser de interés. El francés estaba abatido, pero, según el moratallero, su actitud era sospechosa. Mientras, el Reño mantendría una breve conversación con Renaud, el cuarto gendarme que, el día del crimen, no fue con sus compañeros a Agadez, sino que acompañó a Domingo al aeropuerto internacional Mano Dayak a recoger a dos miembros de PISCES, el Sistema de Comparación y Evaluación Segura de Identificación Personal.
Fueron pocas las preguntas que le formuló al francés: sobre la disputa generada tras el viaje de Michel a París, de la que afirmó desconocer en absoluto, y por el tiempo que estuvieron esperando en el aeropuerto; tres horas, fue la respuesta.
Los dosieres no tardaron en llegar al correo electrónico del Reño. Tras leerlos detenidamente, lo único que vinculaba a los fallecidos, además de pertenecer al operativo de control migratorio, era estar investigando en paralelo a la empresa francesa Orano, que tenía el monopolio de la explotación del uranio nigerino. El comisario conocía que Rusia estaba intentando obtener más influencia en la zona, principalmente por sus recursos naturales, como el petróleo, el gas y el uranio, y que la intromisión de Moscú podía perjudicar a los intereses de Francia.
En un informe confidencial, constaba el seguimiento que debían hacer a un ciudadano español, con el alias de Montera, que estaba sirviendo de enlace entre Orano y el Kremlin. Curioso alias para un español —pensó el Reño, que en aquel momento tuvo un presentimiento que le llevó a conversar con Renaud y Antoine. —¿Durante las tres horas de espera en el aeropuerto, estuvisteis juntos Domingo y tú? —le preguntó al primero.
Domingo se ausentó durante más de una hora porque dijo que prefería tomarse algo en Agadez —contestó el francés. —¿Cuánta distancia hay de allí al aeropuerto? —Un par de kilómetros. —¿De dónde venía cuándo encontraste a tus compañeros muertos? —preguntó a Antoine. —Mientras me esperaban dentro del coche, estuve realizando un trámite en 3 STV, una empresa de transportes.
La corazonada estaba transformándose en una cruda realidad. Pero, para confirmar sus suposiciones, tan solo tenía que realizar una llamada a España, en concreto a Calasparra, el pueblo del que era natural y que se encontraba a tan solo catorce kilómetros de Moratalla.
—¿Existe en tu pueblo alguna familia apodada Montera? —preguntó a un amigo moratallero que trabajaba en el Ayuntamiento.
—¡Claro, hombre! La que vive cerca del castillo. Un hijo es policía.