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Pepe Hdez. Rubio (almurarte.es)
Son innumerables los trabajos literarios, críticas y artículos que se han vertido sobre una obra ya considerada como un clásico moderno de la ciencia ficción. Pero siempre es muy grato revisitar una película que revolucionó el panorama cinematográfico y que, desde la posmodernidad de los ochenta, resultó una manifestación visionaria acerca de lo que experimentamos hoy en día como sociedad “hipertecnológica”: la Inteligencia Artificial (I.A.) y sus derivadas.
Scott se basó libremente en la novela corta ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de 1968, del escritor futurista Philip K. Dick, donde en un contexto de posguerra nuclear, un cazador experto tiene que eliminar a un grupo de androides rebeldes en conflicto con la raza humana, un argumento casi idéntico en Blade Runner. Pero es muy posible que el director británico también tuviese como referencia a 2001, una odisea en el espacio, un filme imponente del genio Stanley Kubrick, del mismo año que la novela. Y sabemos que en ambas se plantea la misma cuestión: la superioridad de la máquina sobre el ser humano que la ha creado y sus terribles consecuencias, una hipótesis acerca de la imprevisible I.A.
La controversia está servida, se trata de un tema de gran calado que trae de cabeza a filósofos, intelectuales y sociólogos de nuestra época. ¿Qué papel cumplirían en nuestras sociedades las perfectas réplicas genéticas del hombre y la mujer como las de Blade Runner? ¿Hasta dónde llegará el culto a la tecnología? Algunas respuestas las propuso el osado científico de la empresa Tyrell Corporation al crear los Nexus-6 en esta película, pero se le fue de las manos.
Y a poco que nos suene un tal Friedrich Nietzsche, filósofo alemán de finales del S.XIX que proclamó aquello de “Dios ha muerto” y la pérdida de valores tradicionales, criticando abiertamente a una modernidad inhumana y, quizá autodestructiva, parece que en Blade Runner hay mucha conexión filosófica.
Otra cuestión ética de primer orden sería la conveniencia de injertar un pasado emocional o unos sentimientos en los robots humanoides, como lo hacen en la Tyrell con sus modificaciones genéticas. Por tanto, a nivel significativo, básicamente la película llama a una reflexión trascendental sobre la deriva de nuestra civilización, con la posibilidad de la presencia de unos seres dotados de fuerza e inteligencia superiores, creados por los grandes avances de la ciencia y la tecnología para sustituirnos y dirigir nuestro destino. Con todo, también cobra especial sentido el momento de catarsis de la secuencia final, entre la vida y muerte, entre el poderoso replicante y el humillado policía; otra cuestión filosófica de gran relevancia.
A nivel formal, hay que señalar que Blade Runner fue premiada y nominada en varias ocasiones por su dirección artística y sus efectos especiales. La estructura del guion entronca con una suerte de cine negro (un expolicía que tiene que eliminar uno tras otro a cuatro replicantes díscolos). Pero lo más sobresaliente es la estética futurista de los ambientes luminosos (siempre nocturnos), el diseño ultramoderno de edificios y de vehículos, la jungla de personajes y tribus urbanas de indumentarias imposibles, la decadencia agobiante de la ciudad, la atmósfera claroscurista de matices expresionistas, en definitiva, un mundo caótico de distopía y artificiosidad.
A este barroquismo alucinante, muy influenciado por la estética urbana japonesa, se suma un elenco de actores y actrices en estado de gracia: el contenido y meditabundo Harrison Ford (el Runner), el violento Rutger Hauer (el carismático Nexus-6 Roy), la diabólica Daryl Hannah (la Nexus Pris) o la sensual Sean Young (la Nexus Rachael). Y por supuesto, la elegancia sonora e hipnótica del grupo Vángelis, muy influyente en los ochenta y muy acorde en esa escenificación inquietante y deslumbrante. Una imprescindible película de culto.