Francisco Jesús Hidalgo García. Cronista oficial de Cehegín y archivero municipal. La historia de doña Clara de Mercado es muy interesante, máxime cuando la situación que exponemos es...
En estos días del denominado “puente de diciembre”, fecha en la que se publica la edición impresa de estas líneas, se celebra en Caravaca de la Cruz el vigésimo mercado medieval, un evento que ya forma parte de nuestra tradición. Por ello, quisiera aprovechar para hablar del patrimonio medieval que nuestra ciudad nos ha legado. Este texto hace referencia a los resultados de la investigación publicada en las actas de las XXX Jornadas de Patrimonio de la Región de Murcia.
Como ya se ha divulgado en los últimos años, Caravaca era la cabeza de una bailía templaria que posteriormente pasó a manos de la Orden de Santiago. Hasta finales del siglo XV, la ciudad se desarrolló́ dentro de las murallas, que delimitaban un perímetro que coincide en gran medida con el llamado “cerro del castillo”. Por eso, popularmente a esta área se le conoce como barrio medieval, del cual voy a destacar dos elementos.
En la Edad Media no se entraba al castillo por la misma puerta que en la actualidad, la cual fue abierta en 1616 para transportar los materiales necesarios para la obra del nuevo templo de estilo herreriano que sustituyó a la iglesia medieval de la Vera Cruz. La nueva puerta fue necesaria porque la anterior era más pequeña y a través de ella no podían pasar los carros con dichos materiales. Está documentado que durante mucho tiempo las dos puertas coexistieron, pero hasta no hace mucho solo eran referencias escritas. En 2010 se descubrió́ la puerta medieval, la cual puede observarse al entrar a la explanada a la derecha. Sin lugar a duda, es un hecho interesante porque esta puerta se une a la Ventana de la Aparición, la torre Chacona y la torre de la Tosca como uno de los elementos medievales del castillo mejor conservados.
Como lo que se encontró́ fue solo el hueco de paso interior, enseguida surgieron los interrogantes acerca de un posible acceso en codo, tan común en las fortificaciones almohades. Sin embargo, el arqueólogo Indalecio Pozo, que supervisó los trabajos tras el descubrimiento, no halló evidencia de tal cosa.
Hace un año se inauguró́ la exposición Magna Urbe, comisariada por Nacho Ruiz. En ella se mostraba un cuadro de autor anónimo, fechado en 1684 y titulado “Aparecimiento de la Vera Cruz entre San Félix y Santa Régula”. Esta pintura, restaurada por Fuensanta López Rosagro, nos ofrece una vista inédita del Castillo de Caravaca. A priori, se observa solo un acceso al castillo ligeramente iluminado por la luz del sol, pero si analizamos en profundidad la pintura observaremos que son dos puertas las que se muestran. Sucede que la segunda, como está en un plano retranqueado y más profundo que las torres que la flanquean, queda en sombra. Esto indica que el primer hueco descrito era el acceso medieval al castillo de Caravaca y era recto, con la puerta interior y exterior enfrentadas, lo cual no es óbice de una eventual existencia de otros elementos de defensa.
Aunque no quisiera extenderme demasiado, añado que a la luz de los datos que he podido analizar, es probable que la puerta hallada en 2010 pueda adscribirse al periodo bajomedieval. La construcción con sillares de ese arco de medio punto no parece anterior al siglo XIV. A finales de ese siglo el maestre santiaguista Lorenzo Suárez de Figueroa acometió́ una importante reforma en el castillo de Caravaca y colocó blasones de su linaje, uno de los cuales
se encuentra en una torre de la muralla muy próxima a la Torre de la Puerta (de ello ya hablé en este medio hace cuatro años).
El otro elemento que alude al pasado medieval de Caravaca es una plaza muy antigua, quien sabe si quizá́ la primera plaza que tuvo la población. Sus orígenes están tan olvidados que algunos de mi generación la llamamos a menudo “la placeta del árbol”, y en el callejero urbano ni siquiera es considerada como plaza, sino como una confluencia de las calles Soledad y Santa Ana. Puede que se deba a sus reducidas dimensiones. En cualquier caso, la reciente creación de la plaza Armaos de la Vera Cruz nos habla de la falta que se percibía de plazas en el barrio medieval.
“Plazuela del Concejo” es una denominación popular de esta pequeña plaza que recogieron en su día en sendos textos tanto Gregorio Sánchez Romero como Francisco Fernández García. Ya en el siglo XV existía otra plaza más grande que era la principal de la villa, ubicada más abajo, entre la iglesia de la Soledad y la Puerta de Santa Ana. Por supuesto, más grande no implica más antigua, pues en este contexto, cuanto más nos remontamos en el tiempo menor era la significación del espacio público. Como indica Diego Marín, en la Edad Media el concejo se reunía en la iglesia, en sus gradas o en su cementerio. En la plaza principal se establecían los escribanos y se realizaban ceremonias religiosas.
No parece que ninguna de estas actividades se hiciera en la Baja Edad Media en la plazuela del concejo que, pequeña y silenciosa, ha llegado hasta nosotros como articulación de callejuelas y centro geométrico del barrio medieval, y nos susurra haber sido el germen de algo, quizá́ tan lejano en el tiempo que ha sido olvidado hasta por la primera pluma que escribió́ su nombre.
Ante todo, quisiera destacar la importancia de no dejar lugares huérfanos de su historia, por ínfimos que parezcan. Parafraseando a un apreciado profesor: “no hay cuestiones pequeñas, las que lo parecen son cuestiones grandes no comprendidas”.