"Winter Session" lo componen siete actividades para niños y niñas, de entre los 6 y los 13 años, y busca acercar el arte contemporáneo y fomentar el pensamiento...
A veces sucede. No sabes por qué, no hay razón aparente, pero está ahí. La ves venir a lo lejos en los días previos como el nubarrón negro que amenaza con descargar rayos, truenos y centellas; actúa movida por una fuerza extraña que no responde a ningún criterio: sabes que te va a encontrar, que te alcanzará (es cuestión, en el mejor de los casos, de unos días), que se acercará tanto que, sin que puedas evitarlo, pasará por encima de ti y te arrollará. Y entonces recuerdas, te recuerdas, que todos los tratados del mundo hablan del aquí y del ahora, que las listas de los más vendidos siempre están lideradas por los libros que hablan del zen en el arte de vivir el día, sabes que es mejor controlar la respiración, vivir el momento, mirar las nubes… Lo sabes. Y sin embargo...
Es probable que el ser humano tenga tendencia a fantasear con lo que podría ser: desde que el hombre se alzó sobre dos piernas pintó en las paredes de las cavernas escenas que representaban la batalla de caza en la que el mamut era el vencido. Después elevaron sus ojos a las deidades, e inventaron un ser maravilloso que en cada cultura obedece a un nombre al que pedir imposibles. Y así se han alzado templos, pirámides, estatuas, maravillas de la humanidad.
No descubro nada nuevo. En lo esencial, siempre lo digo, no hemos cambiado demasiado: seguimos sufriendo por las mismas miserias que llevan como nombre el hambre, las enfermedades, las guerras, el paso del tiempo, la inexorabilidad de la muerte, la destrucción de la naturaleza… Y nos siguen alegrando los mismos hitos: las reuniones con los seres que nos quieren y a quienes queremos, una buena cena en una buena compañía, una copa de vino con una tertulia interesante, la amistad de años, un viaje para descubrir o descubrirnos, el calor del hogar, la contemplación del misterio del fuego, el ronroneo de las olas y la inmensidad del mar, el infinito de un horizonte, la caída del sol, el misterio de una luna llena. Homero lo cantó bien.
En el fondo, no somos más que materia de reiteración: ya lo dijo el escritor Mark Twain cuando afirmaba que “la historia no se repite, pero rima”. Si de verdad nos abstraemos y contemplamos el mundo “desde arriba”, no somos nada originales y caminamos tras las huellas que dejaron por el paso de los siglos los primeros Sapiens.
Hoy en día que contemplamos con una dosis de escepticismo el futuro, que miramos los años que vendrán con una mezcla de incredulidad e inquietud, augurando escenarios manipulados por inteligencias que responden a parámetros más artificiales que humanos, que nos asusta ser dirigidos por ese ente llamado algoritmo y que habita en el fondo de alguna máquina de algún rincón lejano gobernada por quienes desgobiernan el planeta, que nos tiembla la voz si pensamos en robots, en redes, en boots, en humanoides, en distopías que pueblan las plataformas de televisión y nos enredan en misterios inexorables. Hoy en día que vivimos bajo la amenaza de lo que no podremos controlar, hoy, que sucede todo eso, hagamos un ejercicio.
Cerremos un segundo los ojos, paremos el tiempo y pensemos por un momento que nada, esencialmente nada de todo cuanto realmente nos importa, ha cambiado. Seguimos siendo los mismos que escribieron un poema de amor, que pintaron la capilla Sixtina, que construyeron el Panteón de Agrippa, que diseñaron un puente flanqueado por ángeles, que hicieron brotar la belleza más absoluta en un aria operística o en una imagen hecha de luces y sombras capturadas para siempre a través del objetivo de una cámara fotográfica. Seguimos siendo nosotros.
Por eso a veces sucede. A veces no sabes por qué, no hay razón aparente, pero está ahí: es lo que los portugueses llaman saudade, lo que, de forma próxima, traducimos por una especie de nostalgia o melancolía que nos hace pensar en todo lo que ha sido y, más aún, en lo que no ha sido, pero podría haber sucedido. Y es solo en este momento exacto en el que, si no eres un simple mortal y te llamas Homero, Miguel Ángel, Cervantes, Caravaggio, Puccini, Bresson… es entonces cuando surge el arte: en ese estado de grieta, de fractura entre la realidad y el sueño.
Por eso es tan importante llevar las disciplinas artísticas a las escuelas: para que cualquier joven comprenda siempre qué significa ese otro lenguaje que va directo a lo más esencial que nos distingue de cualquier máquina, nuestra intuición; para que nunca nos quedemos con el vacío de no saber mirar ese instante de ruptura entre lo que somos y lo que fantaseamos; para que, en definitiva, seamos capaces de contemplar la belleza del mundo. Y entonces sí, abracen el momento. Casi todo tiene algo de maravilla, solo hay que saber mirar. Extraña forma de vida…